Liderazgos en tiempos convulsos

Por: Orlando Goncalves

Cuando un ciudadano aspira a ser dirigente regional en Colombia, como gobernador o alcalde, ello implica hacer un diagnóstico previo que revele el estado real de la administración; sin embargo, en el ejercicio del cargo seguramente se encontrará con más problemas de los que su diagnóstico había previsto; que el presupuesto generalmente no alcanzan para todo lo que desea hacer, que hay problemas de vieja data que ahora se transformaron en complejidades enormes, que hay las limitaciones que en ocasiones ponen las leyes y reglamentos, que en ocasiones no se tienen el personal calificado que se requiere, y la lista sigue.

Entonces, vale la pena hacerse la pregunta: ¿De verdad quiero ser gobernador o alcalde?, inmediatamente la otra pregunta a tener presente es ¿Qué motiva a una persona a abandonar una vida apacible, tranquila para correr en una aspiración por un cargo público que seguramente le arrebatará esa tranquilidad?

Las respuestas a esas preguntas pudieran ser múltiples, pero quizás las más importantes podrían ser estas:

  • El ejercicio del poder es fascinante, por ello es atractivo para algunas personas, a pesar de que, en ocasiones acceder a el implica una serie de sacrificios. Esa fascinación hace que aspirantes a gobernantes olviden o minimicen esos sacrificios, es más, para muchos, esas ofrendas terminan siendo un gran estimulante, que les llena de energía y hace que disfruten el trayecto al poder.
  • Sin duda otra de las grandes motivaciones es la posibilidad, desde el ejercicio del poder, de cambiar y transformar vidas, sociedades, municipios, departamentos, o el país. Cuando un aspirante a gobernante piensa en todo lo que quisiera hacer, lo que puede hacer, en lo que se debería haber hecho y aún no lo está, entonces se motiva más para llegar a transformar.
  • Otro elemento motivante es la satisfacción personal de la meta lograda, es decir, demostrarse, primeramente, a sí mismo, que pudo llegar al poder, a la familia a los amigos, que lo logró, y después, saber que estará bajo la lupa de ellos mientras ejerce el poder.
  • Sin dudas que otro elemento que entra en la ecuación es el ego personal, el cual si no es algo exacerbado puede ser positivo para lograr las metas propuestas. Claro está, si este es demasiado acentuado puede terminar siendo una perturbación que afecte el desempeño del gobernante.

En este recorrido otra pregunta válida es ¿En qué momento se materializó esa motivación? Aquí las respuestas también pueden ser múltiples, sin embargo, las principales pudieran considerarse las siguientes: La primera, el momento que formal y oficialmente se convierten en candidatos o candidatas. Ese, es un momento estelar en la vida de cualquier persona que aspire llegar al poder, sin embargo, muchos dirigentes se quedan anclados en ese instante y descuidan la campaña, o peor aún, aunque logran llegar al poder, siguen actuando como si fueran candidatos eternos, no se percatan de que ya fueron electos.

Otro memento cumbre es cuando toman posesión del cargo. Allí generan la consciencia de que ya están en el ejercicio del poder y por lo tanto han logrado su meta. Para otros gobernantes la travesía apenas comienza, la concreción de la motivación que les llevó al poder se da cuando comienzan a observar que su gestión está dando frutos cambiando y transformando vidas y construyendo un tejido social para futuro.

Hay otro grupo de líderes que sienten que se logró cristalizar el esfuerzo que lo motivó a competir cuando hacen entrega del cargo, cuando evalúan los hechos, los sacrificios por los que tuvo que atravesar en el ejercicio del cargo, las tensiones y angustias, las consecuencias del alejamiento de la familia; en medio de esa mezcla de emociones surge la sensación de la satisfacción por el deber cumplido.

Otro elemento a considerar en el ejercicio del poder es el equilibrio entre los asuntos personales, familiares y laborales. Para muchos gobernantes ese es el reto más complicado, máxime si tienen hijos pequeños. Recuerdo a un gobernante que después de ejercer el cargo comentaba que había visto crecer a sus hijos en horizontal, pues se iba muy temprano en las mañanas y sus hijos aún dormían, y cuando llegan tarde en las noches a su casa, sus hijos ya estaban dormidos.

Ese equilibrio no es fácil de ejercer, requiere de disciplina por parte del gobernante, quien en ocasiones se auto-sabotea en la gestión del tiempo, bien porque no establece prioridades entre lo urgente y lo importante o estratégico, o bien porque siente la necesidad de atender personalmente a todo aquel que se le acerca, o porque sencillamente no está acostumbrado a respetar una agenda estructurada y organizada.

En todo caso, además de la disciplina personal el gobernante deberá seleccionar un equipo capacitado que le permita delegar actividades que lleven al eficiente desarrollo del plan de gobierno, insumo fundamental para el plan de desarrollo, y estructura importante para la visión del legado que desea dejar como gobernante una vez cumplido el mandato.

Sorprende ver como muchos gobernantes llegan a los cargos por los cuales batallaron y no tiene claridad en cuál será el legado que dejaran en su comunidad, municipio o departamento. El legado hay que soñarlo desde la campaña, y desde allí estudiarlo, planificarlo, integrarlo primero al plan de gobierno para luego incluirlo en plan de desarrollo. Si se espera a llegar al cargo para pensarlo, probablemente la vorágine del día a día se terminará tragando el período de la administración, y no habrá un legado claro, que los ciudadanos puedan recordar.

A lo anterior hay que agregarle que debe generarse una cultura sobre la distribución de la presencia del gobernante, estableciendo el tiempo que estará en la oficina, en las comunidades, cuanto en relaciones públicas, en los medios, etc. y, sobre todo, ¿Cuánto tiempo de calidad con su familia? Si esta distribución no se hace y se respeta de manera rigurosa, puede terminar siendo un gran inconveniente para el objetivo propuesto y para su vida personal.

Esto nos lleva a otra circunstancia que viven quienes luchan y acceden al poder, y es la soledad del poder. Al comienzo del periodo, hay lo que algunos llaman la “luna de miel”, es decir los primeros 3 a 4 meses al nuevo gobernante los ciudadanos le dan un periodo para que comience a presentar resultados; una vez superado ese lapso de tiempo comienzan a aparecer las críticas de los ciudadanos, los medios de comunicación comienzan a cuestionar, y es allí cuando el gobernante puede sentir que comienza a perder respaldo popular, que la gente se aleja. Sobre todo, a la hora de tomar decisiones difíciles es el instante en que se siente la soledad del poder, puesto que -en todo gobierno las hay-decisiones que no se pueden delegar, porque son competencia exclusiva del gobernante.

Ante las situaciones descritas surge la pregunta entonces ¿Cómo deben ser los nuevos liderazgos en estos tiempos convulsos? Pues deberán ser como el elefante. Tratamos de visualizar por un instante a un gran elefante, imagen que permite hacer el símil de los nuevos líderes; deben poseer una buena nariz, para tener un gran olfato que permita oler el entorno, tener la pericia de entender cómo se mueven los distintos actores, sus motivaciones, percibir las percepciones de los ciudadanos y saberlas comprender e interpretar, es fundamental en un líder.

Por supuesto, el olfato que ha desarrollado con la experiencia, primordial para enfrentar los retos que implican el ejercicio del poder, además de ser estratégico y empático; lo primero para enfocar sus energías y capacidades en lo realmente importante, lo estratégico, en lo que realmente transformará vidas, ciudades, y segundo, tener la habilidad de ponerse en los zapatos de los ciudadanos y poder sentir y vivir lo que ellos viven. La empatía, le permitirá tener un mejor entendimiento del territorio y su gente, y eso le brindará la oportunidad de crear soluciones adaptadas a las reales necesidades.

El elefante tiene grandes orejas para ayudarle a regular su temperatura, pero aquí el símil es que los nuevos liderazgos tienen que tener una enorme capacidad de escuchar a los ciudadanos, lo que le permitirá ser eficiente en el proceso de diálogo y comunicación con la población.

El líder deberá tener una piel gruesa, capaz de recibir y soportar los embates de la lucha política, de la crítica feroz y en ocasiones injusta, pero no por ello se puede permitir derrotar.

La honestidad de un líder no es algo que se decrete, es una virtud que se construye con acciones a lo largo del trasegar del líder o lideresa, y en estos tiempos convulsos es un atributo que los ciudadanos buscan en sus líderes, honestidad y autenticidad. Adicionalmente, un gran líder debe dejar huella por donde pase. ¿De qué sirve batallar en una campaña, ganar la elección, para luego pasar sin pena ni gloria en el ejercicio del cargo? Si se resigna a que se le mencione -en una sola línea- en los textos de la historia, será esa una huella débil que se borrará rápidamente. Sin embargo, si desde la campaña se prepara para tener el mejor equipo, definir el legado que quiere dejar y logra visualizar el elefante y actuar en consecuencia, usted será un líder que cambiará vidas y llenará páginas de la historia.

Este artículo hace parte de la iniciativa 2021. Liderazgo desde nuestros territorios, que se realiza en el marco de la conmemoración de los 15 años de Colombia Líder, conoce más en https://bit.ly/3B4Rwhr

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